Primer Día de Triduo en Honor y Gloria de Nuestra Señora del Mar



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen del Mar, Peregrina de Dios sobre las olas de nuestros mares, Nave portadora de paz, amor y esperanza para los hombres, encallada en nuestro corazón, anclada en nuestra vida para ser luz y guía de nuestro caminar. Te damos gracias, Virgen del Mar, porque me entregas continuamente a tu Hijo Jesucristo, el amor del Padre y la fuerza del Espíritu Santo.

Te damos gracias, porque has colmado de bendiciones  a los que antes fueron parte de esta Hermandad Filial en Sevilla y nos transmitieron la vida, el ser y tu amor y devoción.

Te damos gracias, porque eres en nuestra vida un inmenso Mar, sin orillas, del amor de Dios, único que es capaz de calmar las borrascas de nuestra vida.

En estos días en que nos encontramos contigo, cuando celebramos tu Solemne Triduo, Madre y Virgen del Mar; ahora, que pretendemos acercarnos un poco más a ti para recoger la brisa azul y blanca de tu amor, te rogamos escuches nuestra oración, nuestros deseos, nuestras súplicas y necesidades, angustias y sufrimientos. Tú sabes, mejor que nosotros, todo lo que necesitamos y esperamos de ti.

Atiende nuestras peticiones, danos tu luz para que sigamos el camino de tu Hijo, envíanos tu paz para que podamos transmitirla a quienes nos rodean, concédenos el perdón de nuestros pecados y haznos fuertes en tu amor y en el de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Amén.



MEDITACIÓN PARA EL DÍA PRIMERO

María y la fe

“Entró María en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, quedando Isabel llena de Espíritu Santo, y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.” (Lc. 1, 40-45)

María sale presurosa a visitar a su pariente Isabel que se halla encinta. Ella acepta, una vez más, el signo y la Palabra de Dios. No solamente acepta, sino que ha creído que esa palabra se cumplirá. Precisamente por ello, se pone en camino, da respuesta con su vida.

Buena lección para nosotros, eternamente instalados en nuestras comodidades, indiferencias, miedos y apatías. Buena lección para nosotros, instalados en nuestras dudas, que nos pasamos la vida hablando de crisis de fe, “no tengo fe”, “he perdido la fe”… Pero… ¿sabemos lo que es la fe? ¿Has consultado con la palabra de Dios para saberlo?

María creyó las cosas que Dios le dijo actuó en su vida de acuerdo con ello. Eso es la fe. Hay otro personaje fascinante en la escritura, llamado Abraham. A éste Dios le habla y viene a decirle: ¿qué te falta? ¿Una tierra…un hijo? Sal de ti…de tu tierra…de todo lo que te ata…yo te daré cuanto te falta... Abraham creyó la Palabra de Dios y se cumplió cuanto le había dicho. Es la misma invitación que nos hace a nosotros. Eso es la fe. Salir de ti mismo, ponerse en camino, escuchar y dar respuesta a la Palabra de Dios.

Por consiguiente, creer es confiar, es permitir, es sobre todo adherirse, entregarse. Creer es amar, es caminar en la presencia de Dios. Tu fe religiosa no puede ser un seguro, una póliza que nos exima del riesgo de transformar el mundo, sino una exigencia de entrega a Cristo, aquí, ahora, en cada momento, en cada persona, en todos los hombres.

En el capítulo 11 de la carta a los Hebreos se hace un análisis magnífico de la naturaleza vital de la fe a través de varios personajes. Vemos por ellos, y por el testimonio de María, que la fe, la fe bíblica, es una adhesión a Dios mismo. No es un simple proceso intelectual. Es una actitud vital. No es un acto determinado. No es la afirmación de una serie de verdades o conceptos.

La fe de María, la fe que Cristo nos transmite y nosotros tenemos que vivir, envuelve, da sentido, su verdadero sentido, su verdadero sentido, a toda nuestra existencia y convierte cuando hacemos y deseamos en respuesta a Dios. Por consiguiente, “hemos de confesar a Cristo ante la historia y ante el mundo con convicción profunda, sentida y vivida, como la confesó Pedro: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo.” (San Juan Pablo II, Viaje a España).

“Yahvé dijo a Abraham: “Vete de tu tierra y de tu patria, y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra”. Marchó, pues, Abraham, como se lo había dicho Yahvé.” (Gn. 12, 1-4)



ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen Santísima del Mar, Patrona de Almería, venerada por los corazones de tus hijos de forma tal que allí donde vive un almeriense tienes un altar consagrado a mayor honra y gloria tuya, atiende las peticiones que te hemos presentado en este Solemne Triduo que ofrecemos y en el que hemos meditado sobre tu vida a través de las palabras del Evangelio, las epístolas de los discípulos de tu Hijo y la historia del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento.

No somos hombres y mujeres grandes, llenos de fe, inquebrantables, de virtud intachable y pulcra. Nos equivocamos, erramos, nos hundimos, igual que el barco aquel que, vencido, volcó a las aguas la preciosa carga de tu Icono celebérrimo y venerando. Flotando, sufriendo los envites de las olas procelosas de la vida llegamos hasta Ti, lo mismo que tú llegaste a Almería para quedarte por siempre bendiciendo a los allí nacidos y a todos los que, forasteros o emigrantes, hemos aprendido a quererte y ofrecerte sincero culto allá donde hemos arribado.

Recibe generosa estas oraciones, conviértelas en ofrenda agradable a Dios nuestro Señor, ayúdanos a transformarnos y dimensionarnos a la medida de tu Hijo Jesucristo. Tú, que lo albergaste en tu seno, que lo educaste en Nazaret, que lo despediste para que iniciara su predicación evangélica, que lo acompañaste en el trance de la Pasión y fuiste la primera testigo de su Resurrección, tú, Virgen Santísima del Mar, ruega siempre por nosotros. Amén.


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