Segundo Día de Triduo en Honor y Gloria de Nuestra Señora del Mar



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen del Mar, Peregrina de Dios sobre las olas de nuestros mares, Nave portadora de paz, amor y esperanza para los hombres, encallada en nuestro corazón, anclada en nuestra vida para ser luz y guía de nuestro caminar. Te damos gracias, Virgen del Mar, porque me entregas continuamente a tu Hijo Jesucristo, el amor del Padre y la fuerza del Espíritu Santo.

Te damos gracias, porque has colmado de bendiciones  a los que antes fueron parte de esta Hermandad Filial en Sevilla y nos transmitieron la vida, el ser y tu amor y devoción.

Te damos gracias, porque eres en nuestra vida un inmenso Mar, sin orillas, del amor de Dios, único que es capaz de calmar las borrascas de nuestra vida.

En estos días en que nos encontramos contigo, cuando celebramos tu Solemne Triduo, Madre y Virgen del Mar; ahora, que pretendemos acercarnos un poco más a ti para recoger la brisa azul y blanca de tu amor, te rogamos escuches nuestra oración, nuestros deseos, nuestras súplicas y necesidades, angustias y sufrimientos. Tú sabes, mejor que nosotros, todo lo que necesitamos y esperamos de ti.

Atiende nuestras peticiones, danos tu luz para que sigamos el camino de tu Hijo, envíanos tu paz para que podamos transmitirla a quienes nos rodean, concédenos el perdón de nuestros pecados y haznos fuertes en tu amor y en el de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Amén.



MEDITACIÓN PARA EL DÍA SEGUNDO

María y la esperanza

“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por otra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta.” (Mt. 1, 18-22).

Así se cumpliría la esperanza mesiánica. Como fruto de la vida de fe, brota espontáneamente en el corazón la esperanza. Has de saber que la esperanza es una prerrogativa, una actitud fundamentalmente humana y estrechamente unida a la vida. Vivir es esperar, es tener confianza, certeza de la realización de lo que se ama y se desea. Esta experiencia adquiere una dimensión nueva en la revelación cristiana.

La esperanza cristiana espera esencialmente que Dios sea todo en todos; por ello, es incompatible con un inactivo cruzarse de brazos. Cristo es la esperanza de la Iglesia peregrina y de todos cuantos escuchan la llamada a una conversión y renovación permanente.

San Pablo se miraba a sí mismo y decía: “Yo nada soy y nada valgo”. Luego, miraba a Dios y añadía: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Entonces se atrevía a desafiar a todos sus enemigos: “¿Quién podrá separarme del amor de Cristo? ¿La angustia, el hambre, la persecución, el sufrimiento? No hay fuerza capaz”.

¡Qué bien sabe María poner su esperanza en Cristo! ¡Con qué seguridad manda a los criados que obedezcan a su Hijo en Caná! Mirando a María, no caben las desconfianzas, no tiene lugar la desesperación, no tiene explicación nuestro desaliento. Ella nos da siempre su luz, su mirada abierta a la vida, a la esperanza.

Nos da a Cristo, nuestra esperanza, porque Él es nuestro fiel compañero, quien nos invita a vivir en esperanza, es decir, a descubrir dimensiones de solidaridad con los hombres y mujeres de nuestro mundo, a decidirse por el compromiso personal de cooperar y colaborar con Dios y con todos los hombres para  crear un mundo más abierto al amor. Es el mismo Cristo quien garantiza que esta esperanza no sea ninguna utopía ni, peor aún, una ilusión. Así es, esa es la esperanza cristiana, la esperanza fundada sinceramente sobre la fidelidad de Dios. ¿Cuál es tu respuesta?

“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo, como Él es puro.” (1 Jn. 3, 2-3)



ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen Santísima del Mar, Patrona de Almería, venerada por los corazones de tus hijos de forma tal que allí donde vive un almeriense tienes un altar consagrado a mayor honra y gloria tuya, atiende las peticiones que te hemos presentado en este Solemne Triduo que ofrecemos y en el que hemos meditado sobre tu vida a través de las palabras del Evangelio, las epístolas de los discípulos de tu Hijo y la historia del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento.

No somos hombres y mujeres grandes, llenos de fe, inquebrantables, de virtud intachable y pulcra. Nos equivocamos, erramos, nos hundimos, igual que el barco aquel que, vencido, volcó a las aguas la preciosa carga de tu Icono celebérrimo y venerando. Flotando, sufriendo los envites de las olas procelosas de la vida llegamos hasta Ti, lo mismo que tú llegaste a Almería para quedarte por siempre bendiciendo a los allí nacidos y a todos los que, forasteros o emigrantes, hemos aprendido a quererte y ofrecerte sincero culto allá donde hemos arribado.

Recibe generosa estas oraciones, conviértelas en ofrenda agradable a Dios nuestro Señor, ayúdanos a transformarnos y dimensionarnos a la medida de tu Hijo Jesucristo. Tú, que lo albergaste en tu seno, que lo educaste en Nazaret, que lo despediste para que iniciara su predicación evangélica, que lo acompañaste en el trance de la Pasión y fuiste la primera testigo de su Resurrección, tú, Virgen Santísima del Mar, ruega siempre por nosotros. Amén.


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