Tercer Día de Triduo en Honor y Gloria de Nuestra Señora del Mar



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen del Mar, Peregrina de Dios sobre las olas de nuestros mares, Nave portadora de paz, amor y esperanza para los hombres, encallada en nuestro corazón, anclada en nuestra vida para ser luz y guía de nuestro caminar. Te damos gracias, Virgen del Mar, porque me entregas continuamente a tu Hijo Jesucristo, el amor del Padre y la fuerza del Espíritu Santo.

Te damos gracias, porque has colmado de bendiciones  a los que antes fueron parte de esta Hermandad Filial en Sevilla y nos transmitieron la vida, el ser y tu amor y devoción.

Te damos gracias, porque eres en nuestra vida un inmenso Mar, sin orillas, del amor de Dios, único que es capaz de calmar las borrascas de nuestra vida.

En estos días en que nos encontramos contigo, cuando celebramos tu Solemne Triduo, Madre y Virgen del Mar; ahora, que pretendemos acercarnos un poco más a ti para recoger la brisa azul y blanca de tu amor, te rogamos escuches nuestra oración, nuestros deseos, nuestras súplicas y necesidades, angustias y sufrimientos. Tú sabes, mejor que nosotros, todo lo que necesitamos y esperamos de ti.

Atiende nuestras peticiones, danos tu luz para que sigamos el camino de tu Hijo, envíanos tu paz para que podamos transmitirla a quienes nos rodean, concédenos el perdón de nuestros pecados y haznos fuertes en tu amor y en el de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Amén.



MEDITACIÓN PARA EL DÍA TERCERO

María y la caridad

“El ángel, entrando en su presencia dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo".


Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?"  El ángel le contestó: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios."(Lc. 1, 28-35)
 
Sencillamente así fue todo: así sucedió, pues el amor es comunión, es salir de sí mismo, de nuestros egoísmos y envidias, de nuestro amor propio y recelos, amando al prójimo con un amor exigente y concreto.
 
Ya en el Antiguo Testamento el mandamiento del amor de Dios se completa con el “segundo mandamiento”: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19, 18), aunque la palabra prójimo tiene un sentido bastante restringido. En el Nuevo Testamento, y a todo lo largo del mismo, el amor del prójimo permanece inseparable del amor de Dios. Es el mandamiento único (Jn. 15, 12)
 
El cristiano participa del amor de Dios que es Padre de amor. Ese amor se difunde en nosotros y nos invita a participar en él, no sólo amando a Dios, sino viviendo a su imagen en una intensa comunión con quienes nos rodean. Y no vale engañarse ni hacer excepciones. Si así fuera, sus efectos, tanto en uno como en otro sentido, se notarían enseguida.
 
Y donde el cristiano está y se mueve, se han de notar esos efectos del amor, pues “el amor tiene una enorme capacidad transformadora: cambia las tinieblas del odio en luz.” (San Juan Pablo II, Viaje a España)

María supo vivir el amor de Dios en toda su plenitud. Ella abrió su corazón, se dejó inundar de la suave brisa del amor para vivirlo continuamente, intensamente en su proyección hacia el prójimo. Desde el “hágase en mí”, ella está dispuesta a sacrificarlo todo, a entregarlo todo, a darse a todos y para todos ante la voluntad de Dios, ante el amor de Dios. Debido a esa entrega a Dios, nadie como María nos ha amado, en cuanto a criaturas nos referimos. Es un amor de madre, pero una madre que reúne en su corazón todas las ternuras maternales que Dios repartió entre las demás madres del mundo.
 
Todos estamos llamados a esa perfección: la perfección del amor a Dios y a todos los que le rodean. No tratemos de engañarnos: María nos ofrece su ejemplo y la Escritura nos dice claramente que cuando el amor a Dios nos acerca a todos y nos une entre nosotros mismos, entonces sabemos que Dios está con nosotros y en nosotros.
 
Es verdad que a Dios nadie lo ha visto, pero si nos amamos unos a otros, empezando por los que viven y conviven con nosotros, sin excepción y reticencias, Dios permanece en nosotros y su amor se ha cumplido en nosotros.
 
“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene. Y hemos creído en Él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros…no hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Si alguno dice “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.” (1 Jn., 4, 16-21)



ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen Santísima del Mar, Patrona de Almería, venerada por los corazones de tus hijos de forma tal que allí donde vive un almeriense tienes un altar consagrado a mayor honra y gloria tuya, atiende las peticiones que te hemos presentado en este Solemne Triduo que ofrecemos y en el que hemos meditado sobre tu vida a través de las palabras del Evangelio, las epístolas de los discípulos de tu Hijo y la historia del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento.

No somos hombres y mujeres grandes, llenos de fe, inquebrantables, de virtud intachable y pulcra. Nos equivocamos, erramos, nos hundimos, igual que el barco aquel que, vencido, volcó a las aguas la preciosa carga de tu Icono celebérrimo y venerando. Flotando, sufriendo los envites de las olas procelosas de la vida llegamos hasta Ti, lo mismo que tú llegaste a Almería para quedarte por siempre bendiciendo a los allí nacidos y a todos los que, forasteros o emigrantes, hemos aprendido a quererte y ofrecerte sincero culto allá donde hemos arribado.

Recibe generosa estas oraciones, conviértelas en ofrenda agradable a Dios nuestro Señor, ayúdanos a transformarnos y dimensionarnos a la medida de tu Hijo Jesucristo. Tú, que lo albergaste en tu seno, que lo educaste en Nazaret, que lo despediste para que iniciara su predicación evangélica, que lo acompañaste en el trance de la Pasión y fuiste la primera testigo de su Resurrección, tú, Virgen Santísima del Mar, ruega siempre por nosotros. Amén.



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